EL CRECIMIENTO DE UNA ECONOMÍA COLONIAL AL 7,5%


Aurelio Suárez Montoya, La Tarde, Pereira, 8 de abril de 2008

Por doquier el ministro de Hacienda, Óscar Iván Zuluaga, pregona el gran triunfo de la política económica oficial al anunciar un crecimiento del 7,5% de la economía para el año 2007, “el mejor en 30 años”, según lo repite en foros en centros académicos y hasta en la asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), agregando que está “entre las cinco de mayor crecimiento en el Continente”.

Esta cifra -dada al rompe- puede impactar al público no iniciado en estos temas; no obstante, un análisis minucioso permite una idea completa y real del tipo de crecimiento que ella representa. Aquí también “las apariencias engañan”. Por ejemplo, la economía de Venezuela ha aparecido en los últimos cuatro años entre las tres de mayor de crecimiento, (18,3% en 2004, 10,3% en 2005 y 2006 y casi 9% en 2007) y cualquier ciudadano fácilmente puede deducir que el resultado obedece en altísima medida al alza en los precios del petróleo; un caso más sorprendente es el de Grenada que en 2005 alzó en un 14% o el de República Dominicana por encima de Colombia desde 2005. Escarbar sobre lo que hay debajo del publicitado aviso es necesario, máxime cuando Colombia es a la vez el país con mayor nivel de desempleo en América Latina (12%) y cuando avezados y serios economistas como Abdón Espinosa y Eduardo Sarmiento acotaron que es un hecho temporal y sin “contenido social”, haciendo la salvedad que además la metodología del cálculo incluye algunos trucos.

Entre los sectores que menos contribuyeron al “histórico” crecimiento está el agropecuario que sólo alcanzó a acrecentarse en un 2,58%, un tercio del total, cuando la literatura económica admite que por poco debe crecer a la mitad. Los “servicios de intermediación financiera” son los ganadores al expandirse un 22,53%; es decir, unas pocas empresas crecieron diez veces más que tres millones de agricultores. Junto con la construcción, que cada vez está en menos manos, el transporte, el almacenamiento y las comunicaciones aumentaron más del 12% mientras la industria creció a una suma menor a la de 2006 y viendo aumentar los inventarios.

El gobierno realza el papel de la inversión extranjera en más de 9.000 millones de dólares como motor de este crecimiento. Dicha cantidad se discrimina así: 3.429 millones en petróleo, 1.196 en carbón, níquel y oro, 1.047 en finanzas y 894 en comercio. La manufactura recibió 1.516 millones dedicados a la compra de empresas existentes, como Paz de Río y PETCO. Es evidente que el interés foráneo está enfocado a los recursos naturales, una actividad de poco valor agregado. Con respecto a la inversión hay que anotar además que el porcentaje decreció respecto a 2006, al pasar de 26,93% al 21,17%. Las importaciones subieron casi al 17% y fueron gran dinamizador del consumo en bienes que no fueron creados por el empleo local.

Lo anterior explica la injusta distribución del ingreso que ese tipo de crecimiento conlleva. Una estimación somera indica que el aumento del 7,52% en el PIB significa cerca de $24 billones de nueva riqueza. De ellos, 10,5 fueron al sector financiero, al menos 4 billones para el gobierno por impuestos indirectos y algo más de 8 billones para las 100 mayores empresas del país, las mismas que facturaron el 66% de las utilidades netas entre las 1.000 más grandes en el 2006. El resto es para las pequeñas empresas y también para los salarios, los cuales según la CEPAL, contrario a lo que sucedió con multinacionales y bancos, decrecieron en términos reales en un 0,6%.

Los datos aquí consignados ilustran que las buenas nuevas propagadas por el ministro Zuluaga no tienen una cobertura general. Se trata de un sistema donde el sector especulativo, las empresas extranjeras que se cargan los recursos a cambio de mínimos porcentajes en regalías y las multinacionales y las firmas de los grupos más poderosos ubicadas en sectores estratégicos como las comunicaciones y las industrias más claves, ligadas a la gran construcción y a la vivienda de lujo, hacen su agosto mientras obtienen cada vez más ingresos por unidad de trabajo. Así mismo, se estimula la demanda de los bienes importados y el gobierno le pone el moño imponiendo más impuestos indirectos que afectan en mayor proporción el ingreso de los hogares más pobres y además incrementa el déficit de las cuentas externas del país. No sobra repetir aquí las palabras premonitorias de algún funcionario del BID al respecto: “no se sabe si es por las buenas políticas o por la buena suerte”. Es el tipo de dilema de economías que ataron su suerte a la de las metrópolis, el tipo TLC.

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