La descomposición del campo colombiano
Aurelio Suárez Montoya, Bogotá, mayo 6 de 2013
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El sector agropecuario está en momento crucial de su historia. Se juega la supervivencia, comprometida desde la apertura del siglo pasado y por las reformas de libre mercado. Ésta, eliminaron instituciones de fomento, crédito, investigación y asistencia técnica e instrumentos como préstamos e insumos subsidiados y precios de sustentación.
Cultivos transitorios, algodón, avena, soya, sorgo, cebada, trigo y maíz quedaron reducidos a mínimas expresiones. En lenteja, garbanzo y fríjol, se perdió la autosuficiencia que no se recuperó con el sistema de franjas de precios, implantado en 1995, para catorce cadenas productivas.
Durante diez años, las esperanzas rurales se cifraron en productos tropicales y ganadería. Fundados en la “ventaja comparativa”, se les pronosticaron el Edén en los TLC. Los datos recientes muestran que dichas predicciones fueron fallidas y que a la importación recurrente de leguminosas, cereales y algunas oleaginosas se suman ahora las de café, cacao, azúcar, lácteos, carne de res y pollo.
Casi todo el consumo interno de café es traído de Ecuador y Perú, y quién sabe de dónde más; también se importa tanto el 15% del cacao y un porcentaje igual de azúcar, sin contar la fructosa, sustituto para ciertas aplicaciones. Con relación al sector pecuario, en 2012, las compras externas de productos lácteos crecieron 150%; las de carne y despojos comestibles, 45%; las de carne porcina, 73%, y las de “despojos de aves” se alzaron exponencialmente. El último cereal en el que Colombia se autoabastecía, el arroz, declina y casi el 10% del mercado interno se surte con grano foráneo. Decrece paulatinamente la dotación nacional de alimentos en kilos por habitante.
El ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, se regocijó por el crecimiento del 2,6% en 2012. Destacó los éxitos en forestales y en carne de cerdo, resultado sólo posible por un insólito crecimiento del consumo de porcino del 10%, cuatro veces el promedio histórico. Entre tanto, los campesinos de productos de clima frío, como papa y cebolla de bulbo dicen que “desmovilizarán” sus azadones y en Urabá se cierran 35 fincas de banano, acabando cinco mil empleos. La crisis fitosanitaria de la palma de aceite va acompañada de importaciones de más del 10% de la producción y de competidores nuevos como aceite de girasol. Debe agregarse el alto precio de los fertilizantes, 30% sobre los de Brasil y, en algunos casos, hasta 47% sobre los internacionales.
El pulso entre lo que queda de agro y los excedentes extranjeros depende asimismo de la tasa de cambio. Entre noviembre de 2012 y abril de 2013, las medidas contra la revaluación no han surtido efecto y PIPE no tiene novedades para los agricultores, todo indica que continuará la senda de la descomposición.
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