La batalla por la alimentación del futuro
Alejandro NadaL 5 de abril de 2019
Cómo vamos a
asegurar la alimentación de una población de 8 mil 500 millones de personas
para 2030? La mayoría de la población piensa que la única forma de lograrlo es
mediante la agricultura comercial de gran escala, que hoy domina el mercado
mundial de alimentos. Esa es la respuesta equivocada.
La lucha por los
alimentos de mañana comienza hoy. La forma de producirlos en la actualidad
afecta la producción de una alimentación nutritiva y un medio ambiente
saludable en el futuro. La agricultura comercial de gran escala,
intensiva en capital y en insumos agroquímicos, no solamente no es la respuesta
a las necesidades de producción y conservación, sino pone en peligro el abasto
alimentario mundial del futuro. Es urgente revalorizar la agricultura que se
rige por los principios de la producción agroecológica.
En Estados Unidos
se ha publicado un libro de gran valor por el investigador Timothy A. Wise. Su
título es Eating tomorrow [https://thenewpress.com/books/eating-tomorrow] y es el resultado
de cinco años de investigaciones en México, Estados Unidos y varios países
africanos (Zambia, Malawi y Mozambique). La línea conductora del análisis es la
pregunta sobre los sistemas agrícolas para alimentar a una población mundial en
crecimiento. La respuesta se orienta de manera convincente hacia la agricultura
de pequeña escala, que hoy sigue dominando la producción mundial de
alimentos (70 por ciento de los producidos en el planeta proviene de la agricultura
campesina). Esta actividad productiva se desarrolla en unidades pequeñas, y
aunque con frecuencia se trata de tierras que no son de la mejor calidad las
técnicas de manejo de suelos, agua y recursos genéticos de estos pequeños
productores les permiten obtener rendimientos suficientes para satisfacer las
necesidades familiares y llevar excedentes al mercado.
Las técnicas de
producción de esos productores pobres descansan en un saber campesino milenario
basado en la agrobiodiversidad. Esa forma de producción va contra casi todos
los principios de la producción capitalista, que prefiere la uniformización
(monocultivo), la mecanización y el uso intensivo de agroquímicos
(fertilizantes y plaguicidas). La producción comercial en grandes unidades es
la que mejor se presta para aplicar los principios que privilegian la
generación de ganancias antes que la de alimentos. Pero esa rentabilidad del
complejo agrícola capitalista está dejando un rastro tóxico en el medio
ambiente. El mejor ejemplo es el estado de Iowa, en Estados Unidos, que Wise
califica de epicentro de una catástrofe ecológica y social.
Las corporaciones
que dominan la producción agrícola y ganadera en Estados Unidos manejan las
unidades productivas como si fueran una fábrica de telas. Lo que importa es la
rentabilidad. Pero el complejo de la agroindustria sigue degradando
acuíferos con nitratos, plaguicidas, patógenos, desechos farmacéuticos y
hormonas. Un resultado es la llamada zona muerta, en el Golfo de
México, producida por el escurrimiento de nutrientes provenientes de la
agricultura comercial de gran escala. Además, las prácticas de roturación y
monocultivo siguen teniendo un impacto que deteriora las propiedades
productivas de la tierra. En ese esquema la producción agrícola se encuentra
entrelazada con gigantescas fábricas de carne, en las que millones de cerdos y
pollos son objeto de un proceso de hacinamiento extremo con una huella tóxica
de dimensiones bíblicas.
El problema no es
sólo ambiental. Aunque muchas unidades de producción siguen siendo propiedad de
una familia, la verdad es que esos propietarios no controlan el proceso
productivo. La mezcla de producto (agrícola y ganadero), así como los insumos
necesarios, así como cuándo llevar todo el producto al mercado, son decisiones
que las familias no controlan: son las grandes corporaciones las que
determinan las líneas de producción y la combinación de insumos.
Esas grandes
corporaciones dominan los mercados de semillas, granos, carne, fertilizantes y
plaguicidas. Están integradas horizontal y verticalmente, y los nombres de
estos gigantes son bien conocidos: Monsanto, Dupont, Syngenta, Cargill, Archer
Daniels, Tyson, Smithfield. Las familias propietarias de granjas se han
convertido en una especie de vasallos medievales de estas corporaciones. Y
aunque el american dream tiene un lugarcito bucólico para las
familias dueñas de un predio, la verdad es que hoy la mayor parte de esas
familias recibe ingresos anuales insuficientes para cubrir el costo de
operación bajo los parámetros impuestos por estas grandes corporaciones. Muchas
familias viven por debajo de la línea de pobreza y han perdido sus tierras.
Estados Unidos tiene ya desde hace años un problema agrario de grandes
dimensiones.
El análisis de Tim
Wise muestra cómo la política agrícola tiene años castigando la pequeña
agricultura y otorga privilegios exorbitantes a las grandes
corporaciones. El costo puede ser muy alto, pues está en juego la
sustentabilidad de la producción de alimentos en todo el planeta.
Twitter: @anadaloficial
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