2019: ¿un nuevo comienzo para la Agricultura Familiar Campesina?

Una declaración de la ONU puede ser la excusa para que Colombia reconozca la importancia de la agricultura familiar y salde su deuda histórica.

Alejandro Gómez Dugand*

Una oportunidad


El año pasado, la Asamblea General de la ONU declaró que el periodo comprendido entre 2019 y 2028 sería el Decenio de la Agricultura Familiar.
En 2014, la ONU había celebrado el Año Internacional de la Agricultura Familiar y los resultados fueron contundentes: se crearon Comités de Agricultura Familiar en diecisiete países de América Latina, se produjeron leyes a favor de este tipo de agricultura y fueron  promovidas una investigación y una tecnología apropiadas para el sector.
Por eso el Decenio de la Agricultura Familiar es una oportunidad que llega en un momento vital para Colombia. Tras la firma del Acuerdo de La Habana y, en particular con lo pactado en el primer punto —Reforma Rural Integral—, Colombia emprendió un viaje de retorno al campo para conseguir su recuperación y convertir al país en un protagonista en la producción de alimentos de la economía global.
Se trata de un reto importante: en Colombia, según cifras de FAO Colombia, 3,4 millones de personas sufren de hambre y malnutrición y, paradójicamente, muchas de esas personas viven en zonas rurales; en igual sentido, hoy el país importa cerca de doce millones de toneladas de alimentos al año. ¿Aprovecharemos este decenio para tomar medidas a favor de esa ciudadanía rural colombiana?

La importancia de la agricultura familiar campesina


Nunca en la historia de la humanidad había sido tan fácil comer como ahora.
La carne animal por la que nuestros antepasados se jugaban la vida la conseguimos hoy porcionada en bandejas de poliestireno. Las verduras y hortalizas las conseguimos prelavadas en bolsas. Las leguminosas y cereales los conseguimos en cajas, a granel, en latas o listos para ser consumidos.
Pero en esa búsqueda de pragmatismo y rapidez, perdimos algo en el camino. Hoy es poco lo que sabemos de nuestra comida. Llenamos nuestras neveras y despensas de todo lo que podemos, sin saber de dónde viene o cómo se cultivó o se trató lo que comemos. Quienes vivimos en las ciudades nos relacionamos con la comida solo desde el consumo: nos importa el producto terminado y poco nos interesa el proceso.
En las ciudades, por ejemplo, casi todos desconocemos que la inmensa mayoría de lo que consumimos ha sido cultivado o criado por pequeños productores. Más del 90 por ciento de las 570 millones de las granjas agrícolas en el mundo son operadas por agricultores familiares campesinos.
Ellos no solo son responsables de producir el 70 por ciento de los alimentos que comemos, sino que son esenciales para combatir el hambre y la pobreza, para asegurar alimentos frescos y saludables, y para procurar una gestión sostenible del campo y los recursos naturales. Además son ellos quienes preservan el patrimonio biocultural de nuestros países: semillas nativas, biodiversidad, preservación de los ecosistemas, culinaria, entre otros.
3,4 millones de personas sufren de hambre y malnutrición y, paradójicamente, muchas de esas personas viven en zonas rurales.
Marcos Rodríguez Fazzone, asesor Especialista en Sistemas Alimentarios, Agricultura Familiar y Mercados Inclusivos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO Colombia), asegura que se debe reconocer la contribución y la importancia de la Agricultura Familiar Campesina, y que Colombia puede dar fe de ello:
“En términos demográficos los agricultores familiares representan un 75 por ciento de las unidades productivas de total del país, generando el 57 por ciento del empleo en el sector rural y con un aporte de cerca del 41 por ciento del valor de la producción. Y esta contribución es algo que se consigue apenas con el 5 por ciento del acceso a la tierra”.
Para él, el modelo familiar de agricultura es viable y es necesario comprender su importancia en la alimentación de la población y la preservación de la biodiversidad en Colombia.

Una deuda histórica


Entre los retos que identifica la FAO para que Colombia transforme su campo y salde la deuda histórica que tiene con quienes trabajan en las zonas rurales —de los cuales un 47 por ciento vive en la pobreza— está impulsar la agricultura familiar.
De acuerdo con la FAO Colombia, “aunque la contribución de la Agricultura Familiar Campesina a la seguridad alimentaria de Colombia es incuestionable, el país aún está en mora de diseñar políticas públicas y programas específicos para impulsarla de manera que pueda ejercerse con sostenibilidad económica. Asistencia técnica, créditos y asociaciones son herramientas fundamentales”.
Hoy existen casos emblemáticos que pueden servirle al país como guía:
  • A comienzos de siglo, Brasil se embarcó en la tarea de crear políticas a favor de la agricultura familiar. Guilherme Cassel, ministro de desarrollo agrario entre 2003 y 2010, asegura que el primer paso para conseguir ese propósito fue atacar el imaginario que existía sobre esta forma de agricultura como un sector violento, pobre e improductivo.
Una de las primeras evidencias del cambio fue la publicación del Censo agropecuario de 2006. Con él se demostró que los pequeños agricultores eran más productivos por hectárea que las grandes agroindustrias y que el modelo familiar producía el 70 por ciento de todos los alimentos que consumían los brasileños.
  • En Costa Rica, Mercedes Peña, politóloga y ex primera dama, lideró el programa Tejiendo Desarrollo, para que las personas manifestaran lo que necesitaban y a su vez participaran en el desarrollo de su propia comunidad.
Este tipo de programas permite identificar problemas locales y acompañar las soluciones adecuadamente. Sin embargo, para Peña era claro que no habría cambio si no había voluntad política, y que esta “se demuestra cuando no solo se generan políticas públicas, sino que además se las dota de contenido económico. Flaco favor estamos haciendo si no pensamos en términos económicos”.
Para Rodríguez Fazzone, el post-acuerdo en Colombia nos obliga a pensar en políticas sociales para la reconstrucción de confianza, siendo ésta la base para impulsar cualquier emprendimiento rural: “Colombia necesita avanzar en una combinación de políticas de inclusión social con políticas de inclusión productiva”. 
Uno de los problemas que enfrenta el agro es la falta de oportunidades para sus habitantes. A falta de mejores opciones, los jóvenes están migrando hacia las ciudades, y el campo envejece poco a poco. Por eso es necesario procurar el acceso a créditos y tecnologías, de manera que se maximice el aporte económico y cultural que hace el campo a nuestro país.

Los retos

El pasado 8 de noviembre se llevó a cabo en Bogotá el panel "Decenio de la Agricultura Familiar: Retos y perspectivas para América Latina”. En el evento participaron expertos en materia de agricultura, representantes de la sociedad civil y un representante del Gobierno colombiano.
El panel sirvió para entender el camino que se ha recorrido en el continente americano en materia de agricultura, para poner en evidencia el potencial de los productores familiares y para plantear los grandes retos a los que se enfrentan. 
Según Luis Vicente Faco, asesor de la Confederación de Organizaciones de Productores Familiares del Mercosur Ampliado (COPROFAM), uno de los grandes retos es hacer visibles a estos productores: “lo que más afecta a la agricultura familiar es la indiferencia. La falta de reconocimiento de algunos gobiernos de Latinoamérica y la sociedad civil que no sabe de dónde viene lo que comen”.
Juliana Millán Guzmán, de la Red Nacional de Agricultura Familiar (RENAF), añadió que las   políticas del gobierno deben tener enfoques diferenciales que fortalezcan al sector y que se basen en la participación de los campesinos. Millán leyó un comunicado suscrito por diez organizaciones y políticos para pedirle al Gobierno Nacional, representado en el panel por Fernando Henao Velasco del Ministerio de Agricultura, que oyera las demandas de los grupos de agricultores familiares en Colombia.
En el comunicado, los firmantes escribieron: “Renovamos así nuestro compromiso con la construcción conjunta de la política pública de Agricultura Campesina Familiar y Comunitaria, su implementación y seguimiento. La vinculación de éste proceso a las diferentes instancias de planeación nacional, regional y municipal, y la búsqueda conjunta por la consolidación de una ley de Agricultura Campesina Familiar y Comunitaria; que contribuya de manera efectiva en la reducción a cero del hambre, la pobreza y la exclusión social en el campo y la ciudad”.
Más del 90 por ciento de las 570 millones de las granjas agrícolas en el mundo son operadas por agricultores familiares campesinos.
Henao aseguró que el Gobierno colombiano está interesado en poner en el centro de las políticas de desarrollo a estos pequeños agricultores: “En Colombia hay un reto de reducción de brechas. Eso se logra por medio de la agricultura familiar”. 
Estamos en un momento crucial para los pequeños agricultores. En palabras de Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food: “es nuestro deber hacer un gran movimiento de resiliencia que debe estar estrechamente relacionado a la política de la tierra. Nuestro gran patrimonio de biodiversidad se está erosionando en el mundo entero. Debemos tener conciencia de que una de las maneras de derrotar esta situación será por medio de las pequeñas comunidades rurales”.

* Director de la revista Cerosetenta de la Universidad de los Andes.
@gomezdugand.    
**Este artículo fue producido como parte de la alianza entre la FNPI y la FAO para promover el debate sobre la transformación del campo colombiano.
Fuente: https://www.razonpublica.com/index.php/econom-y-sociedad-temas-29/11715-ancla2019-un-nuevo-comienzo-para-la-agricultura-familiar-campesina.html

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