Empresarios bolivianos presionan gobierno por semillas transgénicas
Compañeros
transculturales, con los transgénicos no se juega
Por Rafael
Puente
Nuestro Presidente ha dicho
públicamente que las comunidades transculturales de Santa Cruz lo han
convencido de que el cultivo y el consumo de productos transgénicos son nomás
necesarios para poder tener seguridad alimentaria y que, por tanto, va a haber
que revisar la recientemente aprobada Ley de la Madre Tierra, añadiendo que
parece que alguien introdujo de contrabando su prohibición en dicha ley.
El tema es sumamente grave. Para
empezar, ya resulta preocupante que los compañeros transculturales tengan cada
vez más coincidencias con los empresarios cruceños, y peor aún que acaben
convenciendo de esas coincidencias al Presidente del Estado. Porque cabe
sospechar de que se trata precisamente de coincidencias empresariales -ánimo de
lucro- que no tienen nada que ver con la seguridad alimentaria, y mucho menos
con algo que pueda parecerse a defensa de la Madre Tierra (pobre madre, cada
vez más huérfana de hijos).
Si los compañeros transculturales
quisieran, podrían asesorarse. Ahí mismo en Santa Cruz está Probioma, una
institución seria que lleva muchos años investigando y experimentando, y que
tienen criterios muy fundamentados para afirmar que los transgénicos son
indeseables desde todo punto de vista; ya sea el ambiental, ya sea el de la
salud humana, ¡ya sea el de la seguridad alimentaria! Y éste es precisamente el
menos discutible.
Porque en términos ambientales, es
decir del daño que los transgénicos pueden causar a la Pachamama, entiendo que
los argumentos pueden parecer sofisticados, e incluso que se los puede
calificar de hipótesis todavía no suficientemente comprobadas. Y en términos de
sus efectos nocivos sobre la salud humana pasa algo parecido. (Aún así, aunque
sólo fuera la falta de seguridad respecto de su inocuidad para la salud de la
madre y de los hijos, ya sería motivo suficiente para no arriesgar un lento
suicidio colectivo. Pero asumamos que esto sería mucho pedir para compañeros
que se están jugando la sobrevivencia diaria).
Pero lo totalmente inadmisible es que
dichos compañeros argumenten con la seguridad alimentaria, ya que si algo está
definitivamente comprobado -y de manera asequible a cualquier mente poco
estudiosa- es que los transgénicos son el mayor enemigo de la soberanía
alimentaria (y, por tanto, para nosotros, que a pesar de todos los buenos
deseos no somos Suiza, acaban siendo el mayor enemigo ¡de la seguridad
alimentaria!), y contra esta afirmación no se puede presentar una sola
objeción. Simplemente porque las semillas transgénicas no son, ni nunca fueron,
parte de un bien común. Las semillas transgénicas son propiedad de las grandes
transnacionales del agronegocio. A los productores de este pequeño país les
venden sus semillas con promesas de grandes beneficios (relacionados con la
productividad, con la inmunidad a determinadas plagas o enfermedades, con la
regular uniformidad del producto), y es probable que el resultado de la cosecha
responda a esas promesas.
Pero a la hora de repetir el exitoso
cultivo, las semillas generadas en el primero no sirven y, por tanto, hay que
volver a comprarle la semilla a la transnacional. Éste es el truco fundamental
de los transgénicos, que el productor nunca más será el dueño de su semilla,
como ha ocurrido siempre con los cultivos convencionales, sino que se vuelve un
eterno dependiente de empresas extranjeras y poderosas sobre las que no puede
tener ningún control (por tanto de entrada se ha perdido la soberanía
alimentaria). Y cualquier día los precios de esas semillas podrán volverse
inasequibles para el productorcito boliviano. No hay ninguna garantía de que se
podrá seguir produciendo, y entonces ¿dónde queda la cacareada seguridad
alimentaria?
No puede ser que en este país y en
este proceso caigamos en una trampa tan simple. No olvidemos que el programa de
Gobierno del MAS, el año 2005, fue el primero en plantear como tema estratégico
el de la soberanía alimentaria, precisamente como condición de posibilidad de
la seguridad alimentaria. No puede ser que los compañeros interculturales
vengan a ser los portavoces en Bolivia de los intereses de las grandes
transnacionales del agronegocio, y menos aún que lleguen a convencer de ello a
nuestro Presidente. ¡Con los transgénicos no se juega!
Rafael
Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.
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